miércoles, 18 de noviembre de 2015

BREVE HISTORIA DE LA POESIA AFROANTILLANA

Al principio a este género poético se le llamo Poesía negra, poesía negrita, poesía negroide, poesía mulata y poesía afrocubana, La poesía negroide, negra o afroantillana es aquella que trata sobre la vida de los negros esclavos de las Antillas. Lo más hermoso de esta poesía es la utilización de onomatopeyas, gluturaciones y vocabularios criollos, indigenistas y africanos mezclados con el idioma español.  
El poeta español Alfonso Camín, fue el primero en publicar un poema con temática afroantillana, en el diario La Marina, en la República de Cuba en el año 1924. Luego el poeta Puertorriqueño Luís Palés Matos, publica en el diario El Telégrafo de Puerto Rico su famoso poema  Canto Negro, en el año 1926; a ellos se les van sumando los cubanos Nicolás Guillen, Emilio Ballagas; los puertorriqueños Luis Pales Matos, Fortunato Vizcarrondo; los  dominicanos Manuel del Cabral, Tomas Hernández Franco. El Colombiano Jorge Artel; el Venezolano Andrés Eloy Blanco; el panameño Demetrio Korsi; el Brasileño Jorge de Lima entres otros  poetas  de todas américas hispanas que veían con curiosidad este género literario.

Poemas como “Y tu ágüela, onde ejá?, de Fortunato Vizcarrondo, Danza Negra de Luis Pales Matos y Balada del Güije de Nicolás Guillen, el Despojo de Jorge Cainet, eran declamados  por los grandes de la declamación hispanoamericana como lo eran la argentina Berta Singerman, el puertorriqueño Juan Boria, el peruano Nicomedes de Santa Cruz,  la cubana Eusebia Cosme,  el acuarelista de las estampas afrocubanas Luis Carbonell, seguidos por los dominicanos Tirso Guerrero, denominado “El Negro Plebe” y Carlos Lebrón Aviñón.





                                    ¿Y TU AGÜELA, AONDE EJTÁ?

De  Fortunato Vizcarrondo


            Ayé me dijite negro
          Y hoy te boy a contejtá:                              
         Mi mai se sienta en la sala.
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

          Yo tengo el pelo'e caíyo:
           El tuyo ej seda namá;
          Tu pai lo tiene bien lasio,
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

           Tu coló te salió blanco
             Y la mejiya rosá;
         Loj lábioj loj tiénej finoj . . .
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

        ¿Disej que mi bemba ej grande
            Y mi pasa colorá?
          Pero dijme, por la vingen,
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

          Como tu nena ej blanquita
         La sacaj mucho a pasiá . . .
           Y yo con ganae gritate
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

           A ti te gujta el fojtrote,
           Y a mi brujca maniguá.
           Tú te laj tiraj de blanco
         ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

                    
            Erej blanquito enchapao
            Que dentraj en sosiedá,
            Temiendo que se conojca
             La mamá de tu mamá.

             Aquí el que no tiene dinga
             Tiene mandinga . . ¡ja, ja!
             Por eso yo te pregunto
            ¿Y tu agüela, aonde ejtá?

              Ayé me dijite negro
              Queriéndome abochoná.
              Mi agüela sale a la sala,
              Y la tuya oculta ajtá.

              La pobre se ejtá muriendo
              Al belse tan maltratá.
              Que hajta tu perro le ladra
              Si acaso a la sala bá.

              ¡Y bien que yo la conojco!
             Se ñama siña Tatá . . .
             Tu la ejconde en la cosina,
              Po'que ej prieta de a beldá.

                                                        

MAJESTAD NEGRA
Luis Palés Matos

Por la encendida calle antillana
Va Tembandumba de la Quimbamba
--Rumba, macumba, candombe, bámbula---
Entre dos filas de negras caras.
Ante ella un congo--gongo y maraca--
ritma una conga bomba que bamba.
Culipandeando la Reina avanza,
Y de su inmensa grupa resbalan
Meneos cachondos que el congo cuaja
En ríos de azúcar y de melaza.
Prieto trapiche de sensual zafra,
El caderamen, masa con masa,
Exprime ritmos, suda que sangra,
Y la molienda culmina en danza.
Por la encendida calle antillana
Va Tembandumba de la Quimbamba.
Flor de Tórtola, rosa de Uganda,
Por ti crepitan bombas y bámbulas;
Por ti en calendas desenfrenadas
Quema la Antilla su sangre ñáñiga.
Haití te ofrece sus calabazas;
Fogosos rones te da Jamaica;
Cuba te dice: ¡dale, mulata!
Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!
Sus, mis cocolos de negras caras.
Tronad, tambores; vibrad, maracas.
Por la encendida calle antillana
--Rumba, macumba, candombe, bámbula--
Va Tembandumba de la Quimbamba.





 SECUESTRO DE LA MUJER DE ANTONIO
NICOLAS GUILLEN


Te voy a beber de un trago, 
como una copa de ron; 
te voy a echar en la copa 
de un son, 
prieta, quemada en ti misma,  
cintura de mi canción. 

Záfate tu chal de espumas 
para que torees la rumba; 
y si Antonio se disgusta 
que se corra por ahí:  
¡la mujer de Antonio tiene 
que bailar aquí! 

Desamárrate, Gabriela. 
Muerde 
la cáscara verde, 
pero no apagues la vela; 
tranca 
la pájara blanca, 
y vengan de dos en dos, 
que el bongó  
se calentó... 

De aquí no te irás, mulata, 
ni al mercado ni a tu casa; 
aquí molerán tus ancas 
la zafra de tu sudor; 
repique, pique, repique, 
repique, repique, pique, 
pique, repique. 
¡po! 

Semillas las de tus ojos 
darán sus frutos espesos. 
y si viene Antonio luego 
que ni en jarana pregunte 
cómo es que tú estás aquí... 
Mulata, mora, morena.  
que ni el más toro se mueva, 
porque el que más toro sea  

saldrá caminando así; 
el mismo Antonio, si llega, 
saldrá caminando así:  
todo el que no esté conforme. 
saldrá caminando así... 
Repique, repique, pique, 
repique, repique, po: 
¡prieta, quemada en ti misma, 
cintura de mi canción!



YELIDÁ
Tomás Hernández Franco

Un antes
Erick el muchacho noruego que tenía 
alma de fiord y corazón de niebla 
apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes 
la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes.

En el más largo mes del año había nacido 
en la pesquera choza de brea y redes salpicada casi por las olas 
parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche 
de padre ausente naufragado 
nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas 
de escamas y de agallas y de aletas.

Era el quinto hijo para el mar nacido 
Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente 
fuerza de remo y sencillez de espuma 
como todos los muchachos de la playa 
mitad Tritón y mitad Ángel.

Pero Erick no sabía nada de eso 
—pulso de viento y terquedad de proa— 
aprendió los nombres de los peces de las puntas y cabos 
la oración del canal y la bahía 
a los quince años conocía mil golfos 
y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre 
ni un solo pensamiento de noruega 
le había caminado entre las cejas rubias.

En un anual calafateo de lanchas 
llamas estopa y brea 
Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule 
y creía que los niños nacen así como los peces 
en la noche quieta de los reposos del mar 
pero el tío piloto contaba entre dientes largas historias de islas 
con puertos bruñidos y azules 
donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco

Donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas 
y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de tam-tam.

El tío mascullaba una lejana canción de sol y cocoteros 
en lengua que no podía ser noruega y que ponía 
en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos.

A los veintidós años Erick tenía la mirada gris azul 
densa de su alma puesta en dique 
y una voluntad de timón y de quilla 
por llegar a las islas de las montañas de azúcar 
donde —decía el tío— las noches olían a cedro como las barricas de ron 
Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en las islas 
pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían a patadas 
en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega

flacos y callados y tristes.
Con todo y las patadas el marino Erick ya estaba en ruta.
Otro antes
Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo 
que a los treinta años ya no era marinero 
y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté 
mientras la esposa de Erick madam Suquí 
rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco 
rezaba en la catedral por su hombre rubio.

Madam Suquí había sido antes mamuasel Suquiete 
virgen suelta por el muelle del pueblo 
hecha de medianoche a toda hora 
con hielo y filo de menguante turbio 
grumete hembra del burdel anclado 
calcinada cerámica con alma de fuente 
himen preservado por el amuleto de mamaluá Clarise 
eficaz por años a la sombra del ombligo profundo 
Erick amó a Suquiete entre accesos de fiebre 
escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá 
para sacarse de la carne a la muchacha negra 
para huyentarla de su cabeza rubia 
para que de los brazos y el cuerpo se le fuera 
aquel pulido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha 
para poder pensar en su playa noruega con las barcas volteadas 
como ballenas muertas.

Pero Suquiete lo amaba demasiado porque era blanco y rubio 
y cambió el amuleto de mamaluá Clarise 
por el corazón de una gallina negra 
que Erick bebió en viernes bajo la luna llena con su tafiá y su quinina 
y muy pronto los casó el obispo francés 
mientras en la montaña el papaluá Luipié 
cantaba el canto de la Guinea y bebía la sangre de un chivato blanco.

En la noche sudada de fiebres y marismas 
Erick sin sueño marinero varado sobre la carne fría y nocturna de Suquí 
fue dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias 
en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra 
y Erick murió un buen día entre Jesucristo y Damballá-Oueddó 
apagado el pulso de viento del velero perdido en el sargazo 
su alma sin brújula voló para Noruega 
donde todavía le quedaba el recuerdo

de un pié de mujer blanca que hacía frágiles huellas en la arena mojada.
Un después
Y así vino al mundo Yelidá en un vagido de gato tierno 
mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí 
alegre de todos sus dientes y de su forma rota 
por el regalo del marido rubio 
y Yelidá estaba inerme entre los trapos 
con su torpeza jugosa de raíz y de sueño 
pero empezó a crecer con lentitud de espiga 
negra un día sí y un día no 
blanca los otros 
nombre de vodú y apellido de kaes 
lengua de zetas 
corazón de ice-berg 
vientre de llama 
hoja de alga flotando en el instinto 
nórdico viento preso en el subsuelo de la noche 
con fogatas y lejana llamada sorda para el rito.

Los otros sólo tuvieron la sospecha de un peligro cercano 
mientras Suquí descendía su alma por los caminos de noche de su entraña 
y engordaba en su alegría de matriz de misterio 
ternura de polen en su hija de llama 
para cuyo destino no tuvieron respuesta el gallo y la lechuza 
ni sabían nada el más sabio ni el más viejo.

Los peces lo sabían y la noche y la selva y la luna y el tiempo de calor 
y el tiempo de frío 
y el alma de garra del pantano 
y el dios que enmaraña las raíces  las empuja fuera de la tierra 
y el macho y hembra que en los cementerios 
enciende fuegos verdes sobre el vientre helado de los muertos 
y el que está en la garganta de los perros lejanos 
y el del miedo con sus mil pies y su cabeza cortada.

Y ésta quiere ser la historia de Yelidá al fin y al cabo.
Tacto de clave 
flanco sonoro al simple peso de la mirada 
paladar de fiera 
cuerpo de eterna juventud de serpiente nuevo para cada luna nueva 
completa para siempre como el mito 
hermafrodita en el principio del mundo 
cuando descuartizaron a los dioses 
enigma subterráneo de la resina y del ámbar

pacto roto de la costilla de oro 
traición hembra del tiempo libertada.

Un paréntesis
Los liliputienses dioses infantiles de la nieve 
los viejecillos vestidos de rojo 
que sacuden la niebla de sus barbas 
y los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas 
los habitantes del rescoldo 
los del viento ululante 
los que dibujan las árticas auroras 
los dioses de algodón y de manzana

que tienen largo el sur y corto el norte 
los que sobre la tímida y verde vida del musgo verde 
resbalan y juegan con las flores del hielo 
los hiperbóreos duendes del trineo y del reno 
supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos.

Sangre varega en la aventura de cosas de hombre 
por cosas de mujer se trasplantaba 
en islas de caracol y de pimienta 
perdida iba a quedar para su ártico 
en el flotante archipiélago encendido 
perdida iba a quedar para su mansa 
vegetación de pinos ordenada 
perdida iba a quedar para su lucha

de olas aceite y peces 
perdida iba a quedar para Noruega 
en las islas de fuego condenada.

Viajeros por los hondos caminos del subsuelo adornados de tumbas 
donde dialoga el fósil con la raíz podrida 
y el hueso suelto espera la trompeta 
y se hace oscuro el secreto del agua 
que lava las pupilas insomnes del mineral perdido 
por la grieta y la gruta y el estrato 
los dioses de leche y nube con el sexo de niño 
buscaron al otro dios de los mil nombres

al dios negro del atabal y la azagaya 
comedor de hombres constelado de muertes 
Wangol del cementerio y del trueno 
el dueño del ojo vidriado de zombí y la serpiente

Buscaron a Ayidá-Oueddó que es la que pone 
a arder la lámpara roja del estupro 
la que en el hondo vientre de cueva del bongó mantiene 
las cien serpientes locas del dolor y la vida 
la que en la noche de Legbá suelta los perros del deseo 
la que está partida en dos mitades por sexo infinito 
maestra de la danza sagrada para llegar hasta ella misma 
domadora del grito y del espasmo.

Implorantes de llantos en sordina 
Casi borrachos ya de olor de isla 
los dioses de Noruega pedían salvar la última gota de la sangre de Erick

la escandinava inocencia de una gota de sangre.
Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y del veneno 
espíritu suelto de los cañaverales 
donde el tafiá es primero flor y luego miel 
el padre del rencor y de la ira 
el que enciende la choza al leve contacto de su mano negra 
y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas.

Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua 
mitad evaporado de sol y de brasa 
y mitad prisionero del pantano 
aburido de moscas y de olas 
en su casa de vientos y de esponjas.

Hablaron con los ojillos azules entomados 
mientras la sangre se les iba haciendo de plata derretida 
porque Ayidá-Oueddó bailaba en el canto del gallo 
con los senos brillantes de sudor y de estrellas.

Pero aquella noche Yelidá había tenido su primer amante 
estaba tendida y fresca como una hoja amarilla muy llovida 
adolorida sin dolor casi despierta en la hamaca de un sueño tibio 
le vivía tan sólo un golpe amado de tambor en las sienes 
y en el vientre se le dormía la música y la danza.

Por los caminos de la lombriz y de la hormiga 
rota toda esperanza regresaron.

Otro después
Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo 
Yelidá por el propio camino de su vientre 
asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta 
ahí se estaba vegetal y ardiente 
en húmeda humedad de hongo y de liquen 
caliente como todo lo caliente 
cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna 
hecha de filtro y de palabra rara

en el agua del charco con su verde y su larva 
y su ala a medio nacer y su andar de meteoro 
Yelidá deshojada a sí y a no 
por éxtasis de blanco y frenesí de negro 
profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo 
en secreto de surcos y en místico de llamas.

Final
Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera.


LA NEGRA FULÓ
Jorge De Lima



Un día se vió llegar
(de eso hace ya mucho tiempo)
a la hacienda de mi abuelo,
una negra algo bonita
que se llamaba Fuló.

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¡Oh Fuló! ¡Oh Fuló!
(así hablaba la señora)
ven a arreglar mi cama,
a peinar mis cabellos
y a ayudar a quitarme el vestido

Esa negra Fuló
quedó luego de mucama,
para cuidar a la señora
y almidonar los trajes del señor.

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¡Oh Fuló! ¡Oh Fuló!
ven a ayudarme, Fuló,
ven a abanicar mi cuerpo,
que estoy sudando, ¡Fuló!,
a rascar mi picazón,
y a espulgarme la cabeza;
ven a mecerme la hamaca,
y ven a contarme un cuento,
que tengo sueño, ¡Fuló!

¡Esa negra Fuló!

- "Hubo un día una princesa
que moraba en un castillo,
y que tenía un vestido
con pececillos del mar.
Entró en la pierna de un pato,
salió por la de un pollito,
y Nuestro Señor mandó
que usted contara hasta cinco".

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¡Oh Fuló! ¡Oh Fuló!
Lleva a dormir a los niños,
Fuló.
"La madre mía me peinó,
mi madrastra se enteró
por los higos de la higuera
que el sabiá me pellizcó".

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¿Fuló? ¿Eh, Fuló?
(así hablaba la señora
llamando a la Negra Fuló)
Dime, ¿dónde está el perfume
que tu señor me mandó?
- ¡Fuiste tú quien lo robó!
- ¡Fuiste tú quien lo robó!

El señor fue a ver a la negra,
que el capataz azotó;
la negra se quedó en cueros,
y el señor dijo: -¡Fuló!
(el señor vio oscuro, oscuro,
como la negra Fuló)

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¿Fuló? ¿Eh, Fuló?
¿y mi pañuelo de encaje?
¿y el cinturón? ¿y el broche?
¿y mi rosario de oro
que tu señor me mandó?
¡Fuiste tú quien los robó!
¡Fuiste tú quien los robó!

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

Y fue el señor a azotar
a solas a la negra Fuló:
la negra se quitó la pollera,
y el corpiño también se quitó,
y se fue poco a poco quedando
desnudita la negra Fuló...

¡Esa negra Fuló! ¡Esa negra Fuló!

- ¿Fuló? ¿Eh, Fuló?
¿Dónde, donde está tu señor,
que Nuestro Señor me mandó?
¿Ah, fuiste tú quien me lo robó,
fuiste tú, negra Fuló?

¡Esa negra Fuló!
















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